En el cacofónico desconcierto de la vida universitaria, la nota más estridente la produce, diariamente, el instrumento ideológico que tañen, en ocasiones con furor, las más, con indolencia, los okupas, y que se llama "Auditorio Che Guevara".
Dice Carlos Mejía Godoy en "La guitarra y la mujer": "Hay mujeres por docenas, de noche como de día; y no todo el que la suena, le saca la melodía". Algo así se me ocurre decir de los espacios universitarios: pueden servir para muchas cosas, y pueden ser utilizados por muchas clases de personas; pero no da cátedra todo el que pisa un salón.
Los años transcurridos dan testimonio de que los improvisados músicos revolucionarios no han podido aprender el solfa de la autogestión, y su paupérrimo repertorio no ha pasado de las mismas cantaletas de siempre: las rimadas denuncias en contra del "imperialismo", el "capitalismo" y la "represión", compuestas muchos años antes que cualquiera de esos activistas naciera.
Yo me sé varias de esas letras de memoria, y en su momento, y en boca de quienes originalmente las entonaron (como Soledad Bravo, ¡válgame Dios!, ¿quién se acuerda ya de ella?), tuvieron su razón y su mérito.
El problema es que, en palabras de Pablo Milanés, "el tiempo pasa, y nos vamos haciendo viejos". Los hombres, lo mismo que las consignas.
Claro, claro, no tenemos ahora menos problemas sociales; pero recordemos lo dicho por Zitarrosa, en "Diez décimas de saludo al pueblo argentino", a propósito de "los poetas que hacen con torpes recetas canciones estrafalarias" (con el énfasis puesto en "recetas"). Hoy en día, agarrarse de las barbas de Mijaíl Alexandrovich, o echarse un trago puro de Vladímir Illich, no conduce a ningún lugar deseable para nadie.
Es cierto que a los revolucionarios "de antes" nadie les quita lo bailado; pero el mundo tiene ahora otros ritmos, que es necesario aprender.
Y nadie les dice a los okupas y asambleros que no canten "la canción que más quisieran"; pero, en la Universidad, hay que aprender a no interrumpir a los demás, y, en la medida de lo posible, a hacer una "canción con todos".
¿Cómo se consigue eso? ¡Pues con orden, compañeros, con orden! Y no, y mil veces no, eso no significa hacer "vergonzosas concesiones" ni "arriar las banderas" (pucha digo, Manolito dixit); significa, nomás, aceptar, como cualquier individuo que no es "ni más cuerdo ni más loco que cualquier hombre prudente" que el espacio no es infinito, como la quincena no es de goma.
A dónde pretende llegar la okupación, yo no lo sé; pero donde están es un muladar, y eso es inaceptable.
Vergüenza les debería de dar seguir desperdiciando el tiempo de todos, apropiándose de un espacio que no les pertenece, y dando la desafinada nota cada chico rato. Y la dicha de perder el tiempo, ya lo demostró el poeta, y lo cantó José José, puede servir para ganar una apuesta poética; pero es inicua por una buena razón.
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