jueves, 23 de diciembre de 2010

Pública, pública; pero no tanto (dice la Okupa)

La pregunta que hoy, otra vez, me hago es: ¿por qué, quienes no estamos de acuerdo con los postulados ideológicos de la okupa, tenemos que hacernos cruces pensando cómo recuperar lo que sabemos que pertenece a la UNAM?

Un principio de respuesta iría, creo, por el lado de que hay quienes se niegan a aceptar que aquello que se dice que "es de todos" (en el sentido de que es un bien público) no es, en realidad, propiedad exclusiva de nadie.

En otras palabras, estamos hablando de una propiedad "institucionalizada", cuyo uso tiene que estar sujeto a una serie de reglas muy claras, cuyo propósito es asegurar que su utilización reporte un beneficio social, lo más amplio posible.

En el caso particular del Auditorio Justo Sierra, las reglas a que hago referencia están contenidas en los estatutos universitarios, los cuales, por supuesto, no niego que sean perfectibles; pero considero absurdo pensar que, para hacer más "público" un edificio que ya lo es, haya que empezar por privatizarlo.

Y el hecho de que la Okupa alegue ser "más papista que el Papa" (es decir, más "pública" que la Universidad) no hace mayor diferencia: en último análisis, son un grupo de particulares, quienes, a título personal, proponen un uso alternativo del inmueble.

Las honduras ideológicas de los autores del despojo pueden ser tan profundas como el piélago más insondable de la historia de las ideas; pero nada de eso basta para negar que, a trancas y barrancas, y de la manera más "burguesa" e imperfecta que gusten y manden, la Universidad Nacional Autónoma de México es, desde hace muchos años, pública.

Sí, es cierto que hay quienes tienen más oportunidades de recibir y aprovechar los servicios públicos que ofrece la UNAM; pero eso no es culpa de la institución, y es situación que no se va a arreglar "okupando" sus espacios. La "culpa" de la Universidad es ésta: ser una universidad, un lugar donde el que puede (en todos los sentidos) se va a nutrir del conocimiento acumulado de la humanidad, y luego, si demuestra aptitudes, puede incrementar ese caudal.

"Para todo lo demás", como dice el comercial, está el congreso, los partidos políticos, los sindicatos y demás etcéteras.

Vuelvo a lo mismo: yo no veo la lógica en proponer terminar con una "dictadura" sustituyéndola por otra, cuando lo que nos interesa es (si es que eso es lo que de verdad nos interesa) acabar con todas las dictaduras. Sobre todo cuando, como ahora, nos queda claro que toda dictadura tiene por costumbre generar una aristocracia y, luego, vuelta a empezar -el "fenómeno Napoleón", por así decirlo-.

En este momento, tenemos un auditorio invadido por personajes que, unos más y otros menos, se creen Napoleón; lo cual es, definitivamente, una locura. Y yo, la verdad sea dicha, no soy tan optimista como Settembrini, ese personaje de Thomas Mann que consideraba que se podía "dialogar" con la locura hasta hacerla entrar en razón.

Si la Okupa ya decidió que no va a negociar los términos de su salida, allá ellos.

2 comentarios:

Gabrielle RG dijo...

"Dialogar con la locura hasta hacerla entrar en razón" supone además un ejercicio de autocrítica, ya sea a partir del análisis del juicio propio, o de las observaciones de quienes discrepan respecto a lo que pensamos.
Parecería además una condición muy deseable, si no es que necesaria, por parte de dos posturas contrarias que estén dispuestas a conciliar, pues si esta actitud postura es unilateral la labor será sisífica...

Unknown dijo...

Muchas gracias, Gabriel, por tu comentario (y sí, definitivamente, tratamos de seguir bien sintonizados). Por supuesto, yo no comparto las ideas terapéuticas de Settembrini (personaje que, obviamente, fue utilizado por Mann para señalar los excesos del "iluminismo").
Lo que yo llamo -quizás con demasiada socarronería- "locura" de parte de la Okupa es su inclinación por representar(se) sus actividades como auténticas gestas heróicas; y con lo que me niego a "dialogar" es con el discurso acotadísimo que manejan, y del que queda fuera, unilateralmente, la cuestión de que abandonen las instalaciones ilegalmente ocupadas por ellos.
Así las cosas, cualquier intento de conciliación ha de considerarse imposible.
Y es cierto que yo, como cualquiera -creo-, le tengo mucho cariño a mis propias posturas; pero trato de mantenerme razonablemente abierto a las "terapias" (je je) que me aplican mis buenos críticos.