sábado, 13 de febrero de 2010

Cortázar, 26 años después

Sí, al parecer no era un mito urbano:


Cortázar 25 años después

Por Ariel González Jiménez

“… me había dado cuenta de que buscar era mi signo, emblema de los que salen de noche sin propósito fijo, razón de los matadores de brújulas.”

Julio Cortázar, Rayuela

Fue a comienzos de los años ochenta cuando Julio Cortázar volvió a México. Había visitado nuestro país por primera vez en 1975, pero esta vez lo traía la presentación de su libro Deshoras, publicado en 1982 por la editorial Nueva Imagen. Entonces, como ahora, me disgustaba asistir a actos multitudinarios tras una figura, pero el autor de Bestiario consiguió que me moviera hasta el Auditorio Justo Sierra de la UNAM, mejor conocido por todos como Che Guevara, para escucharlo leer uno de los cuentos de su nueva obra.

Mientras soportaba los diez mil empellones de la masa que finalmente abarrotó el enorme auditorio, pensé que para ser cronopio era ya demasiado popular. Porque un cronopio, decía para mis adentros, no puede ser la envidia de tanta fama que anda por ahí publicando tonterías. Pero verlo entrar como el gigante que era (ya que, como se sabe, nunca dejaba de crecer debido a una rara enfermedad), con paso tranquilo y elegante; escucharlo con todas sus erres orgullosas y observar sus gestos serenos, valió francamente la pena.

Ya había leído yo casi todos sus cuentos, pero ahora, luego de escucharlo, debía ir corriendo por Deshoras a la librería, donde me esperaba Botella al mar, ese gran epílogo a Queremos tanto a Glenda; también Segundo viaje, secuela indiscutible de sus maravillosos relatos boxísticos Torito y La noche de Mantequilla; y luego La escuela de noche, esa recreación de la vida escolar a manera de pesadilla que muchos podemos referir de distintos modos. En fin, me esperaba la novedad y la continuidad, porque el estilo Cortázar resultaba siempre impredecible, aunque de pronto te sintieras con todos los antecedentes a la mano. Así, en todos sus cuentos de enfermos uno entiende que el escritor sabía de eso por experiencia propia, y no es difícil encontrar atmósferas semejantes en muchas de sus historias (La salud de los enfermos o Liliana llorando, por ejemplo).

Veinticinco años después de su muerte, hojeo y releo muchos de mis subrayados favoritos de su obra y —acaso por el paso del tiempo y su infernal desmemoria— me siento ante un modelo para armar. Los recuerdos de lo leído adquieren hoy otra forma, muy distante de cuando tenía 17 años y llevaba sus libros bajo el brazo. Es natural. Ocurre con todos los autores y, especialmente, con uno que fue capaz de proponerse jugar. Pero no sólo jugar con las palabras o la estructura y contenido de sus relatos, sino también con la posibilidad de que alcanzaran una cierta sonoridad, como si de piezas musicales se tratara.

El pasado jueves 12, para recordarlo, Radio UNAM tuvo el buen gusto de realizar a lo largo de todo el día una transmisión especial que incluyó lecturas de sus textos, música, entrevistas, diversas evocaciones de otros escritores, grabaciones hechas por el propio Cortázar de sus cuentos… Un auténtico festín cortazariano que comenzó desde muy temprano con un platillo exquisito: la retransmisión de algunos de los programas que Juan López Moctezuma preparó hace años para acercar a los radioescuchas a lo que sin duda es ya un tópico: la relación del autor de Rayuela con el jazz.

Con magníficos textos y una selecta discografía, el inolvidable Juanito (incluso apenas conociéndolo, como fue mi caso, su presencia y trato dejaron huella) abordó con fino talento todo el paisaje jazzístico que sirve de trasfondo a una parte esencial de la obra de Cortázar, como Rayuela, pero también en cuentos inolvidables como El perseguidor o Siestas.

El jazz es una de las grandes guías para conocer a Cortázar, aunque en realidad, para quien no esté familiarizado con este género musical, el escritor es el que hace las veces de extraordinario jefe de scouts en el tema. Imposible leer Rayuela sin sentir curiosidad por escuchar a Thelonious Monk, Jelly Roll, Miles Davies y a tantos otros que desfilan por sus páginas; y si no se responde a esa curiosidad se terminará por tener una lectura parcial del texto. Debe haber un editor audaz que incluya en futuras publicaciones de Rayuela un buen mapa de París y varios discos con las luminarias del jazz que allí se mencionan.

Al conseguir armar algo a través de su relectura, llego a la conclusión de que no todo Cortázar me gusta como antes. Prefiero al autor fantástico de La noche boca arriba más que al autor ideologizado de Reunión. Pero sé que todo responde a una época y lugar. Es que tampoco me gusta ya mucho de lo que yo pensaba o creía (más creencia que pensamiento, desde luego) a finales de los setenta y principios de los ochenta, si bien estoy seguro de su honestidad, que en muchas formas amparó la mía.

No sé si hoy Cortázar volvería a donar a los sandinistas (malamente representados en nuestros días por Daniel Ortega) los derechos de autor de un libro como Los autonautas de la cosmopista, escrito en 1983 con su última mujer, Carol Dunlop. No estoy seguro, pero no me preocupa. En todo caso confirmaría que su condición de escritor no le impidió equivocarse en muchos temas políticos. Pero independientemente de ello, él siempre sabría, como Johnny en El perseguidor, que “en realidad las cosas verdaderamente difíciles son otras tan distintas, todo lo que la gente cree poder hacer a cada momento”.

Fuente (de la fuente): Milenio / México
Sábado, 14 de febrero de 2009


Nuestra fuente: Fondo de Cultura Economica: prensafondo.com

9 comentarios:

Chalo dijo...

El que escribió ese panfleto es como los ideólogos del stalinismo que decían que había un joven Marx y un viejo Marx, y que para ser marxista había olvidar al primero, aún hegeliano, y sólo reconocer al segundo, puramente marxiano. La ortodoxia neoliberal y la ortodoxia stalinista tienen la misma raíz: la convicción absurda de que existen conciencias puras; de que es posible que en sociedades clasistas el conflicto no exista. Se parecen a los que dicen que es muy bonita la Universidad, pero sin activistas y sin Che Guevara.
Salud.

Ivo Basay dijo...

Chalo, me has convencido. No sé cómo llegaste a la Universidad, si por medio de un examen de admisión para el bachillerato o por el examen de admisión de licenciatura.

Pero es claro que esos exámenes no son buenos métodos para evaluar si un alumno es apto para ingresar. ¿pues, dónde quedaron las aptitudes básicas de comprensión de lectura y análisis de textos?

Igualmente, si no los tenías al entrar tampoco te los han enseñado aquí. La universidad te ha defraudado, es natural que le guardes tanto rencor.

Achú, Salud, Gracias.

Ivo Basay dijo...

De nada.

Judas Iscariote dijo...

Jajaja, que comentario tan gracioso Ivo, yo solo vine a decirte salud!
Bueno, en lo personal, no conozco la obra de Cortázar, pero el post cumplió su cometido principal: invitarme a leerlo.

Judas Iscariote dijo...

Qué comentario tan gracioso Ivo, otra vez dijiste lo que todos queríamos oír, sólo vine a chuparte el pito otra vez.

Chalo dijo...

Y tú como buen ortodoxo, sea tu ortodoxia la que sea, Ivo, no aceptas ninguna lectura que no sea la tuya. A ver si un día en la vida aceptas una sola crítica y dejas de agradecer complacido el sexo oral público de Judas.
Salud.

Ivo Basay dijo...

Sea lo que quieras Chalo.

Y Gracias pseudo-Judas por expresar tu acuerdo aunque sea de esa forma tan rara. Pero si quieres hacerte pasar por el verdadero Judas tendrás que aprender HTML.

Judas Iscariote dijo...

Hasta para mofarse son pendejos (y sí, lo digo por el muCHaCHito estúpido que no aguantó las ganas de ver en el blog su comentario pendejo referente a su otro comentario pendejo).

Chalo dijo...

Perspicaz Judas, como siempre, otro aplauso para el genio.
Salud.